jueves, 22 de diciembre de 2016

La "invención" de la Navidad


Tanto por extensión geográfica como por volúmenes de ventas, la mitología comercial por excelencia es la que organiza la celebración moderna de la Navidad. Ninguna otra festividad ha alcanzado una transformación tan completa desde sus orígenes históricos, que se remontan a las Saturnales romanas, hasta la adquisición de su fisonomía definitiva con la primera expansión del capitalismo industrial. Sin duda se trata de un itinerario sinuoso, compuesto por innumerables influencias y sucesivas hibridaciones. No sólo porque la mayoría de los signos navideños aparecen como resultado de diversas tradiciones populares sino también, porque siendo una de las celebraciones comunes entre las diferentes variantes cristianas no va ser reconocida como parte del culto oficial y declarada feriado nacional en los países occidentales, hasta bien entrado el siglo XIX. De lo anterior se desprende que la invención de la mitología navideña coincide con la emergencia de una nueva sensibilidad de la clase media urbana, representada en la literatura anglosajona en la figura típica de Ebenezer Scrooge, el protagonista de un Cuento de Navidad ([1843] 2000). La idea principal de la novela de Charles Dickens es la necesidad de caridad  (Storey, 1998: 26). En un mundo donde la fractura social se vuelve cada vez más acentuada, las nuevas clases afluentes van a desarrollar una particular versión de la generosidad al desviar una parte de su riqueza para la construcción de un nuevo orden moral. Esta misma preocupación por la pobreza y las condiciones de vida de las masas trabajadoras produjo una liturgia asociada a la acumulación de capital donde la religiosidad deviene comercio y el intercambio de regalos, una forma de contención social.   Sin embargo, resulta discutible sostener que la invención de la Navidad tan sólo sea una forma de nostalgia utópica de la nueva clase media urbana de las relaciones feudales de poder (Storey, 1998: 30). Mucho más cuando gran parte de la mitología navideña no sólo se funda en la restauración de la armonía, de la paz social y del amor fraterno entre las familias propietarias sino también en la delimitación de un espacio donde la escasez queda suprimida temporalmente en el reino de la abundancia. En este sentido se puede ver que la transformación simbólica de las medias comunes y los calcetines viejos en una cornucopia de novedades (Schmidt, 1995: 134) denota el elemento utópico que se encuentra contenido en la Noche Buena. Como por arte de magia, la pobreza deviene riqueza y la escasez, abundancia. Esta inversión mágica todavía subsiste de manera residual entre las clases populares donde las fiestas de fin de año parecen reflejar el triunfo definitivo ante la escasez y su correlato directo, la satisfacción completa de necesidades. Lugar de placeres y excesos varios, gasto superfluo y negación de la utilitario. La fiesta encarna esa segunda vida del pueblo que temporalmente penetra en el reino utópico de la universalidad, de la libertad, de la igualdad y de la abundancia (Bajtin, 1994: 15). Como un residuo que permanece activo dentro de la hegemonía burguesa, las clases populares viven su experiencia navideña como una verdadera utopia del consumo.La batalla cultural que se produjo durante el siglo XIX entre estos dos modalidades celebratorias revela la función que tuvo la mitología para la invención de la Navidad como una verdadera experiencia consumo. El primer paso consistió en reemplazar la fiesta callejera por el intercambio de regalos al interior de la familia nuclear (Carrier, 2005: 168). Lo que implicaba reducir los excesos típicos de una celebración agonística como la del Año Nuevo y orientarla hacia un escenario mucho más acotado centrado en el consumo doméstico. El segundo fue la aparición del árbol navideño, cuyo origen se remonta hacia finales del siglo XVIII a la creciente inmigración alemana en los Estados Unidos, que sirvió para poner freno a los vínculos extensos del intercambio generalizado al establecer un centro simbólico en el cual cada hogar aparece adecuado para la devoción familiar. Por último, la incorporación definitiva de la figura mitológica de San Nicolás, Santa Claus o Papá Noel ubicó en el centro de la celebración doméstica a la infancia. En este sentido, los niños no sólo vienen a ocupar el nuevo sujeto de devoción para las familias de clase media sino también en cuanto receptores del proceso de mercantilización debido a la confección industrial de los regalos. Con la fusión de estas tres estructuras significativas al interior de la mitología se produce la invención moderna de la Navidad. La consolidación de la figura mitológica de Santa Claus en los Estados Unidos coincide con el protagonismo excluyente que asume dentro de la cultura de consumo durante la segunda mitad del siglo XIX. Tanto en la decoración de los grandes almacenes, en las tarjetas de celebración como en la gráfica publicitaria se observa un claro proceso de estandarización del ícono navideño hasta alcanzar definitivamente su fisonomía actual. Como resultado lógico, Papá Noel va perdiendo las marcas tradicionales de origen élfico, sus rasgos crueles y la inclinación por las bebidas espirituosas hasta convertirse en un personaje familiar: un poco bonachón, bastante generoso y amigo de los más pequeños. La imagen dominante que transciende en la cultura comercial es la de un hombre robusto con cabellos blancos y barba canosa, vestido con un traje rojo y cuya residencia en el Polo Norte justifica la presencia heteróclita de renos, trineo y chimeneas. Esta articulación entre diferentes materiales mitológicos no es casual ni inocente sino que descansa en un significante que permite unificar un campo particular y heterogéneo hasta constituir su identidad específica. Esa “palabra a la que las ‘cosas’ se refieren para reconocer su unidad” (Žižek, 2003: 136) es Coca-Cola. La marca estelar del capitalismo estadounidense ha logrado condensar como ninguna otra, el espíritu navideño. No sólo porque ha teñido con sus colores cada una de las celebraciones tradicionales sino también, en la medida en que ha organizado el intercambio de regalos al interior del grupo familiar. Si bien no puede decirse que “Coca-Cola inventó a Santa Claus, pero sí que pudo fijar su imagen” (Storey, 1998: 22) definitiva dentro del complejo repertorio de la cultura popular. La construcción del vínculo emotivo entre Coca-Cola y la Navidad comienza con las campañas publicitarias de Haddon Sundblom durante la década de 1930. En ellas, se destaca la estrategia de la compañía de Atlanta para evitar la caída de ventas durante la temporada invernal dado que, hasta ese momento, los niños asociaban el consumo de bebidas refrescantes con los meses de verano. En este sentido, el uso de la figura mitológica de Santa Claus podía cumplir una doble función “reforzada por el uso intensivo del color en las imágenes impresas de los medios populares” (Mc Kay, 1998: 61). A corto plazo, promocionar el consumo de Coca-Cola durante las fiestas de fin de año. De la misma manera que la industria del juguete, las tarjetas navideñas o las mercancías bric-à-brac, la identificación cromática podía garantizar un crecimiento estacional en el volumen de ventas. Mientras que a largo plazo, la asociación de la estética mercantil con la mitología navideña servía para trasladar la devoción doméstica hacia el valor corporativo de la marca comercial. De modo que Coca-Cola irá construyendo su identidad empresarial sobre la base de establecer una relación de equivalencia entre las cualidades simbólicas del producto y el valor emotivo de los regalos de Navidad. Ese conjunto de asociaciones que llevaron al Santa Claus de Sundblom a convertirse en un ícono de la memoria popular internacional (Ortíz, 1997: 174) constituye el activo mnemotécnico por excelencia que ha convertido a Coca-Cola en una de las marcas más valiosas del planeta. En suma, la creación de una iconografía comercial funciona como un enorme catalizador de la demanda de consumo. Pero lo que aún resta determinar es el modelo de difusión que asumen las mitologías comerciales una vez que circulan en el contexto del capitalismo industrial. El primer tipo señalado es la difusión por contagio (Douglas & Isherwood, 1990: 117) donde cada familia actúa como un agente transmisor entre sus conocidos más cercanos. A tal punto que, salvo por algunas discontinuidades geográficas y/o sociales, el virus va expandiéndose progresivamente por todo el tejido social como una especie de mancha de aceite derramada de su recipiente. En este sentido, el modelo epidemiológico describe un movimiento similar al que presenta la circulación de los rumores dentro del contexto de la comunicación informal. Con la diferencia que en este caso, la difusión no se basa en un tipo de comunicación de boca en boca sino que interviene un dispositivo discursivo, como es la publicidad. De modo que el patrón de difusión de las mitologías comerciales resulta mucho menos una cadena serial que una red de interacción múltiple (Buckner, 1965), donde la información no se recibe de una sola fuente sino que se disemina en múltiples direcciones debido al proceso de retroalimentación continua. Si bien parece un terreno propicio para la superposición de detalles y la agregación de contenidos, tanto las ligeras variaciones locales como la escasa deformación en el festejo, demuestran la importancia que han tenido los medios masivos de comunicación y las artes decorativas para la normalización de la Navidad bajo las pautas de la cultura de consumo occidental. De hecho, existe un importante registro histórico sobre los conflictos asociados a la difusión de la figura de Papá Noel durante el capitalismo de posguerra. En Francia por ejemplo, produjo una reacción en el seno de los sectores conservadores, quienes vieron en la popularización del ícono navideño, una amenaza para los principios espirituales de la moral tradicional. Desde esa perspectiva, el crecimiento del nuevo culto, definido como pagano, foráneo y materialista, terminaría por sofocar el auténtico espíritu de la Natividad en la medida en que la conmemoración del nacimiento Jesucristo terminaría siendo eclipsada por la propagación de un “mito sin valor religioso alguno” (Lévi-Strauss, 2008: 26). Pero además del conflicto cultural, lo que se destaca del análisis del antropólogo es que permite visualizar el proceso de diseminación de una mitología comercial en particular. Allí la difusión de la simbología navideña depende de la función especifica que viene a realizar. Lo que en términos antropológicos se define como un caso de difusión por estimulación (Kroeber, 1940) ya que no se se trata de un proceso ordinario de imitación cultural sino que consiste en una adaptación de los contenidos importados de acuerdo a las necesidades concretas del universo de recepción. Casos como la modificación del calendario festivo por criterios comerciales o incluso políticos revelan que el abanico de posibilidades en la variación de las mitologías comerciales se despliega tanto en el nivel de los contenidos como en el de los resultados. La consolidación de la figura mitológica de Santa Claus en los Estados Unidos coincide con el protagonismo excluyente que asume dentro de la cultura de consumo durante la segunda mitad del siglo XIX. Tanto en la decoración de los grandes almacenes, en las tarjetas de celebración como en la gráfica publicitaria se observa un claro proceso de estandarización del ícono navideño hasta alcanzar definitivamente su fisonomía actual. Como resultado lógico, Papá Noel va perdiendo las marcas tradicionales de origen élfico, sus rasgos crueles y la inclinación por las bebidas espirituosas hasta convertirse en un personaje familiar: un poco bonachón, bastante generoso y amigo de los más pequeños. La imagen dominante que transciende en la cultura comercial es la de un hombre robusto con cabellos blancos y barba canosa, vestido con un traje rojo y cuya residencia en el Polo Norte justifica la presencia heteróclita de renos, trineo y chimeneas. Esta articulación entre diferentes materiales mitológicos no es casual ni inocente sino que descansa en un significante que permite unificar un campo particular y heterogéneo hasta constituir su identidad específica. Esa “palabra a la que las ‘cosas’ se refieren para reconocer su unidad” (Žižek, 2003: 136) es Coca-Cola. La marca estelar del capitalismo estadounidense ha logrado condensar como ninguna otra, el espíritu navideño. No sólo porque ha teñido con sus colores cada una de las celebraciones tradicionales sino también, en la medida en que ha organizado el intercambio de regalos al interior del grupo familiar. Si bien no puede decirse que “Coca-Cola inventó a Santa Claus, pero sí que pudo fijar su imagen” (Storey, 1998: 22) definitiva dentro del complejo repertorio de la cultura popular. La construcción del vínculo emotivo entre Coca-Cola y la Navidad comienza con las campañas publicitarias de Haddon Sundblom durante la década de 1930. En ellas, se destaca la estrategia de la compañía de Atlanta para evitar la caída de ventas durante la temporada invernal dado que, hasta ese momento, los niños asociaban el consumo de bebidas refrescantes con los meses de verano. En este sentido, el uso de la figura mitológica de Santa Claus podía cumplir una doble función “reforzada por el uso intensivo del color en las imágenes impresas de los medios populares” (Mc Kay, 1998: 61). A corto plazo, promocionar el consumo de Coca-Cola durante las fiestas de fin de año. De la misma manera que la industria del juguete, las tarjetas navideñas o las mercancías bric-à-brac, la identificación cromática podía garantizar un crecimiento estacional en el volumen de ventas. Mientras que a largo plazo, la asociación de la estética mercantil con la mitología navideña servía para trasladar la devoción doméstica hacia el valor corporativo de la marca comercial. De modo que Coca-Cola irá construyendo su identidad empresarial sobre la base de establecer una relación de equivalencia entre las cualidades simbólicas del producto y el valor emotivo de los regalos de Navidad. Ese conjunto de asociaciones que llevaron al Santa Claus de Sundblom a convertirse en un ícono de la memoria popular internacional (Ortíz, 1997: 174) constituye el activo mnemotécnico por excelencia que ha convertido a Coca-Cola en una de las marcas más valiosas del planeta. En suma, la creación de una iconografía comercial funciona como un enorme catalizador de la demanda de consumo. Pero lo que aún resta determinar es el modelo de difusión que asumen las mitologías comerciales una vez que circulan en el contexto del capitalismo industrial. El primer tipo señalado es la difusión por contagio (Douglas & Isherwood, 1990: 117) donde cada familia actúa como un agente transmisor entre sus conocidos más cercanos. A tal punto que, salvo por algunas discontinuidades geográficas y/o sociales, el virus va expandiéndose progresivamente por todo el tejido social como una especie de mancha de aceite derramada de su recipiente. En este sentido, el modelo epidemiológico describe un movimiento similar al que presenta la circulación de los rumores dentro del contexto de la comunicación informal. Con la diferencia que en este caso, la difusión no se basa en un tipo de comunicación de boca en boca sino que interviene un dispositivo discursivo, como es la publicidad. De modo que el patrón de difusión de las mitologías comerciales resulta mucho menos una cadena serial que una red de interacción múltiple (Buckner, 1965), donde la información no se recibe de una sola fuente sino que se disemina en múltiples direcciones debido al proceso de retroalimentación continua. Si bien parece un terreno propicio para la superposición de detalles y la agregación de contenidos, tanto las ligeras variaciones locales como la escasa deformación en el festejo, demuestran la importancia que han tenido los medios masivos de comunicación y las artes decorativas para la normalización de la Navidad bajo las pautas de la cultura de consumo occidental. De hecho, existe un importante registro histórico sobre los conflictos asociados a la difusión de la figura de Papá Noel durante el capitalismo de posguerra. En Francia por ejemplo, produjo una reacción en el seno de los sectores conservadores, quienes vieron en la popularización del ícono navideño, una amenaza para los principios espirituales de la moral tradicional. Desde esa perspectiva, el crecimiento del nuevo culto, definido como pagano, foráneo y materialista, terminaría por sofocar el auténtico espíritu de la Natividad en la medida en que la conmemoración del nacimiento Jesucristo terminaría siendo eclipsada por la propagación de un “mito sin valor religioso alguno” (Lévi-Strauss, 2008: 26). Pero además del conflicto cultural, lo que se destaca del análisis del antropólogo es que permite visualizar el proceso de diseminación de una mitología comercial en particular. Allí la difusión de la simbología navideña depende de la función especifica que viene a realizar. Lo que en términos antropológicos se define como un caso de difusión por estimulación (Kroeber, 1940) ya que no se se trata de un proceso ordinario de imitación cultural sino que consiste en una adaptación de los contenidos importados de acuerdo a las necesidades concretas del universo de recepción. Casos como la modificación del calendario festivo por criterios comerciales o incluso políticos revelan que el abanico de posibilidades en la variación de las mitologías comerciales se despliega tanto en el nivel de los contenidos como en el de los resultados. 
Referencias
Buckner, T. (1965). Theory of rumor transmission. The public opinion quaterly, 29 (1), 54-70.Bajtin, M. (1994). La cultura popular en la edad media y en el renacimiento. Buenos Aires: Alianza Editorial. Carrier, J. Gift & commodities. Exchange & Western Capitalism since 1700. New York: Routledge.Dickens, C. (2000) Cuentos de Navidad. Buenos Aires: Editorial Arte GráficoDouglas, M., & Isherwood, B. (1990). El mundo de los bienes. México: Grijalbo.Kroeber, A. (1940). Stimulus diffusion. American Anthropologist, 42 (1). Lévi-Strauss, C. (2008). Papá noel en la pira. Maguaré (22), 21-42. Mc Kay, G. (1998). Consumption, ‘coca-colonisation’, cultural resistance—and santa claus. In S. Whiteley (Ed.), Christmas, ideology and popular culture (pp. 50-70). Edinburgh: Edinburgh University Press. Ortiz, R. (1997). Mundialización y cultura. Buenos Aires: Alianza Editorial.Schmidt, E.L. (1995). Consumer rites. The buying & selling of american holidays. New Jersey: Princeton University Press.Storey, J. (1998). The invention of the english christmas. In S. Whiteley (Ed.), Christmas, ideology and popular culture. Edinburgh: Edinburgh University Press.Žižek, S. (2003). El sublime objeto de la ideología. Buenos Aires: Siglo XXI.





























domingo, 18 de octubre de 2015

Mitologías Comerciales I - La creación del Día de la Madre

Tal vez la consagración oficial del Día de la Madre resulte el caso paradigmático de mercantilización ritual. No sólo porque se trata de una celebración comunitaria que se proyecta a nivel nacional sino también porque demuestra cómo en el proceso de difusión del nuevo rito de consumo, el espíritu religioso, el oportunismo comercial e incluso la cooptación política aparecen curiosamente entrelazados. 
La historia comienza con el impulso militante de Anna Jarvis, una maestra protestante de la ciudad de Grafton en el estado de Virginia occidental que tras la muerte de su madre, el 9 de mayo de 1905, inicia una campaña de prensa dirigida a los principales referentes políticos y religiosos con el fin de consagrar un día especial dedicado al amor, la devoción y al sacrificio maternal. A pesar de este carácter aparentemente inofensivo, el argumento contenía una incipiente denuncia de género sobre el carácter patriarcal del calendario. Todo lo que se recordaba o rememoraba en los Estados Unidos remitía, de alguna u otra manera, a algún tipo de acontecimiento protagonizado por hombres. Esta ausencia de representación femenina en las celebraciones civiles y/o religiosas tal vez resultaba una demanda inocente pero dejaba un espacio abierto por donde podían filtrarse otras consignas mucho más radicales como la igualdad de género o el sufragio de la mujer. La moderación política del gobierno de Wilson y un contexto internacional en franca descomposición promovieron el reconocimiento oficial del día de la Madre para el segundo domingo de mayo de 1914. Su incorporación definitiva al calendario nacional se explica menos, por un rebrote inesperado del sentimiento de piedad, que como válvula de escape ante el avance del sufragismo.
Pero sin lugar a dudas, el elemento que más sorprende del proceso de institucionalización fue su crecimiento repentino y espectacular. En menos de una década, entre la iniciativa de Anna Jarvis y la Primera Guerra Mundial, la celebración del Día de la Madre el segundo domingo de mayo fue convirtiéndose en una parte constitutiva de la cultura popular. Millones de personas iban a participar del más sentimental de todos los eventos, aún cuando el tipo de práctica que fomentaba, difería considerablemente de la idea originaria diseñada por la maestra de Virginia occidental, mucho más orientada a santificar los valores familiares que a compensar los vaivenes del ciclo comercial. 
Si bien en su primera etapa, el movimiento no tuvo demasiada influencia más allá del limitado circuito parroquial, el verdadero salto cualitativo se produjo una vez que los claveles blancos se convirtieron en el símbolo distintivo de la conmemoración. La utilización pionera de Jarvis de las flores preferidas de su madre (Schmidt, 1995, p. 260) despertó el interés pecuniario de la industria de la floricultura, quienes vieron una excelente oportunidad no sólo para mejorar sus niveles ventas sino también para forjar un vínculo sólido entre la nueva festividad y el obsequio floral. Con el cambio de paradigma en los términos de la celebración, el Día de la Madre terminaría convirtiéndose en uno de los principales rituales de consumo. A partir de ese momento, la compra de regalos quedaría para siempre ligada al más profundo vínculo sentimental. 

Referencias


Schmidt, Erich Leigh. Consumer Rites. The Buying & Seelling of American Holidays.  New Jersey: Princeton University Press, 1995.

jueves, 2 de julio de 2015

Invitación a la presentación de mi último libro



Les dejo las notas de Economía y del recuperatorio de ICSE. Recuerden que el final de Economía es el Martes 14 a las 9 hs. y el de ICSE el Jueves 16 a las 9 hs. Las firmas de libretas se realizan en el día del final de la materia correspondiente.

Recuperatorio

Economía - 52115

Economía - 52117

Economía - ISBM

viernes, 5 de junio de 2015

Un día como hoy

Para Animarse A Leer A Keynes

$109,00

Un día como hoy - 5 de junio - 



       "Los personajes que más han contribuido al desarrollo científico de la Economía se encuentran entrelazados por una curiosa historia en común. Como si una larga sucesión de coincidencias marcara el camino en la tradición de la ruptura. Un 5 de junio de 1723 nacía Adam Smith en Kirkcaldy, una pequeña ciudad escocesa cercana a Edimburgo. Las luces de la Ilustración recién comenzaban a encenderse por toda Europa, para quien más tarde iba a convertirse en el precursor de la crítica al sistema mercantil y en el máximo representante de la Economía Política clásica. Ese mismo día, pero 160 años más tarde, llegaba al mundo John Maynard Keynes, el primero de los tres hijos de una respetable familia de Cambridge. En un ambiente intelectual en pleno proceso de transformación donde la atmósfera liberal de la ciudad y la confianza reformista en el progreso chocaban contra los rasgos típicos de tradicionalismo de la reconocida universidad, que para entonces -hacia 1883- constituía el principal reducto del pensamiento ortodoxo. En el mismo año y a unos pocos kilómetros de allí, sepultaban a Karl Marx en el Highgate Cemetery de Londres: moría el crítico más intransigente de la Economía burguesa.
     Las tres grandes revoluciones en la historia del pensamiento económico coinciden con los nombres de Smith, Marx y Keynes. Ningún otro economista ha modificado tan profundamente, la manera de comprender el funcionamiento del capitalismo. Al punto que la Economía como ciencia nació bajo el influjo liberal del siglo XVIII y se desarrolló con el impulso de la crítica marxista en el tercer cuarto decimonónico. La diferencia de la revolución keynesiana es que “no sólo fue limitada sino intensamente conservadora” (Galbraith, 1993: 257). En parte porque mantuvo a salvo la mayoría de los pilares de la doctrina clásica que cuestionaba. Pero fundamentalmente, debido a que su figura quedó asociada con la reconstrucción del capitalismo posterior a la crisis de 1929. La implementación del New Deal americano y el crecimiento financiado con déficit de la Alemania nazi sirvieron como antecedentes prácticos de la teoría. Al fin de cuentas, la intervención del Estado parecía resolver el desempleo crónico y asegurar un crecimiento económico sostenido. La dificultosa tarea de cicatrizar las heridas del capitalismo, convertirá al profesor de Cambridge en el máximo economista del siglo XX."

jueves, 21 de mayo de 2015

La "Tinellización" de la Política




Comparto mi participación en el programa Mil Voces conducido por Roberto Caballero por @CN23 donde debatimos junto a Adriana Amado, Ignacio Ramírez y Eduardo Rinesi sobre Política y Medios.  El debate comienza luego de una entrevista al dirigente Victor De Gennaro a partir del minuto 10:00 aproximadamente.

sábado, 26 de julio de 2014

El mundial como ritual y espectáculo

Para paliar la abstinencia post-mundial comparto la entrevista que me hicieron de la Revista Datos.

Acá

domingo, 22 de junio de 2014

Notas de Economía

Dejo las notas finales de ICSE y Economía divididas por comisión, en cada uno de los listados van a encontrar la nota del primer parcial, la del segundo y el promedio de ambas. Por último, la condición P significa que (Promociona), E (Examen Final), R (Recuperatorio) e I (Insuficiente). Cualquier duda saben cuando encontrarme en la sede para la firma de libretas, recuperatorios y examen final.