martes, 7 de octubre de 2008

La doctrina del shock y la crisis financiera

El mercado, en caída libre

Por Naomi Klein

Sea cual fuere el verdadero significado de los acontecimientos de las últimas semanas, nadie debe creer la altisonante afirmación de que la crisis de los mercados simboliza la muerte de la ideología del "mercado libre". La ideología del mercado libre siempre ha sido sierva de los intereses del capital, y su presencia va y viene como la marea según sea útil a esos intereses. Durante épocas de bonanza, resulta provechoso predicar el laissez faire , porque la ausencia del gobierno permite que se inflen las burbujas especulativas. Cuando esas burbujas estallan, la ideología se convierte en un obstáculo y se sume en un letargo mientras el gran gobierno corre al rescate. Pero algo es seguro: la ideología regresará a todo galope en cuanto se acaben los salvatajes. La enorme deuda pública que se está acumulando para rescatar a los especuladores se convertirá entonces en parte de una crisis presupuestaria global, que será la justificación de profundas reducciones de los programas sociales y del renovado impulso de privatizar lo poco que queda del sector público. También nos dirán que todas nuestras esperanzas de un futuro verde son, lamentablemente, demasiado costosas. Lo que no sabemos es cómo responderá el público. Tengamos en cuenta que, en los Estados Unidos, todo el mundo menor de 40 años creció escuchando permanentemente la consigna de que el gobierno no puede intervenir para mejorar nuestras vidas, que el gobierno es el problema y no la solución, que el laissez faire era la única opción. Ahora, de repente, vemos un gobierno extremadamente activo, intensamente intervencionista, aparentemente dispuesto a hacer lo que haga falta para salvar a los inversores de lo que se han hecho a sí mismos. Este espectáculo plantea necesariamente la pregunta: si el Estado puede intervenir para salvar a las corporaciones que asumieron imprudentemente riesgos temibles en el mercado inmobiliario, ¿por qué no puede intervenir para impedir la inminente ejecución de las propiedades de millones de estadounidenses? En el mismo sentido, si se puede disponer al instante de 85.000 millones de dólares para comprar el gigante de los seguros AIG, ¿por qué un servicio de salud único y centralizado -que protegería a los estadounidenses de las prácticas predatorias de las empresas de seguro de salud- se plantea como un sueño inalcanzable? Y si cada vez más corporaciones necesitan los fondos de los contribuyentes para no ir a la quiebra, ¿por qué los contribuyentes no pueden plantear exigencias a cambio, como un tope máximo para los sueldos ejecutivos y una garantía que los proteja del cierre de empleos? Ahora que resulta claro que los gobiernos pueden actuar en épocas de crisis, les resultará mucho más difícil alegar impotencia en el futuro. Otro cambio potencial es el referido a las esperanzas del mercado respecto de privatizaciones futuras. Durante años, los bancos de inversión globales han presionado a los políticos para que crearan dos nuevos mercados: uno procedente de la privatización de las pensiones públicas y otro basado en una nueva tendencia de privatizar o privatizar parcialmente caminos, puentes y sistemas hídricos. Estos dos sueños se han hecho ahora mucho más difíciles de vender: los estadounidenses no están en momento de confiar una mayor cantidad de sus valores individuales y colectivos a los imprudentes jugadores de Wall Street, especialmente porque parece más que probable que los contribuyentes serán quienes tengan que pagar para recuperar sus propios bienes y valores cuando estalle la próxima burbuja. Ahora, cuando ya se han descarrilado los debates de la Organización Mundial del Comercio, esta crisis también podría servir como catalizador de un enfoque radicalmente alternativo de la regulación de los mercados mundiales y los sistemas financieros. Ya estamos viendo una tendencia a la "soberanía alimentaria" en el mundo en desarrollo, en vez de dejar librado el acceso a los alimentos a los caprichos de los comerciantes de materias primas. Esta vez, quizás haya llegado finalmente el momento de ideas tales como gravar el comercio, algo que obstaculizaría un poco la inversión especulativa, así como otros controles globales del capital. Y ahora que la nacionalización ya no es una mala palabra, las empresas petroleras y de gas deberían cuidarse: alguien tiene que pagar por el cambio hacia un futuro más verde, y lo más sensato es que los fondos salgan del sector más redituable, que también es el más responsable de la crisis del cambio climático. Eso, sin dudas, tiene mucho más sentido que la creación de otra peligrosa burbuja en el comercio de carbono. Pero la crisis actual exige cambios aún más profundos. El motivo por el que se permitió que proliferaran estos préstamos basura no fue tan sólo que los reguladores no entendieron los riesgos. Es porque tenemos un sistema económico que evalúa nuestra salud colectiva basándose tan sólo en el crecimiento del PBI. En tanto los préstamos basura impulsaron el crecimiento económico, nuestros gobiernos los respaldaban activamente. Entonces, lo que esta crisis realmente pone en cuestión es el compromiso inflexible con el crecimiento a cualquier costo. Esta crisis debería impulsarnos a encontrar una manera radicalmente distinta de evaluar la salud y el progreso de nuestras sociedades. Sin embargo, nada de todo esto ocurrirá si no se ejerce sobre los políticos una enorme presión pública en este período clave. Y nada de presiones amables, sino un regreso a las calles y a la clase de acción directa que condujo al New Deal en la década de 1930. Sin eso, habrá tan sólo cambios superficiales y un regreso, tan rápido como sea posible, a los negocios de siempre.



Traducción: Mirta Rosenberg


Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1055684


La doctrina del Shock








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